Es bonito y está bien: de amor romántico, casas en obra negra y deconstrucción

Hace no mucho tiempo descubrí que la intimidad es mucho más que pegar dos cuerpos desnudos, amarrarlos momentáneamente a los besos y unir pieles como estampitas.

Tere Santana
3 min readJan 2, 2020

Mi bellísima educación me hizo pensar durante mucho tiempo que sexo=amor, pero con el paso de los años, unos cuantos corazones rotos, años de lágrimas, de separación y de crecimiento sentimental, noté que no. Desde mi sentir y mi experiencia, uno de los ingredientes más importantes que componen la dificultad de las relaciones, consiste en el miedo a la vulnerabilidad y es que ¿a quién le gusta servirse en bandeja de plata (emocionalmente hablando)?

Cuando descubrí que lo que a mi me hacía querer a alguien era mi capacidad de abrirme con esa persona y recibir lo que esa persona brindaba, sin importar nada más que la ligereza y autenticidad de las acciones, fue cuando pude volverme a soltar. Y es que sí, disfruto el coqueteo, las risitas, las miradas intensas, pero sin duda alguna, vivo de la vulnerabilidad mutua.

Pienso que mis deseos de vulnerarme y de que alguien se vulnere conmigo, vienen de mi construcción basada en la ternura radical, desde mi entendimiento del amor más como un proceso de acompañamiento que simple posesión, pero ¿saben? nunca nadie me dijo que después de la deconstrucción NO llega la calma. Llega la tormenta, las dudas, la inestabilidad, las inquietudes, el miedo y muchas, muchas preguntas. El no tener parámetros duele hasta donde una nunca se imaginó. Pero a pesar de todo lo anterior, las ganas siguen, quiero realidad, sentimiento y vulnerabilidad, quiero aprender a vivirme de forma diferente.

Una amiga alguna vez me dijo que la deconstrucción del amor romántico es como tener una casa en obra negra, tú decides hacia dónde construir, peeero, ¿qué pasa si los únicos parámetros arquitectónicos que tengo de amor son esos terribles que hablan de naranjas y mitades, celos, eternidades y príncipes azules? Después de la deconstrucción toca saber con qué materiales queremos construir la casa y entender que esa casa es nuestra, que el primer paso para amar es saber qué necesitamos para construirla y a partir de ahí, poder invitar a las visitas a pasar. Ser honestas, honestas con nosotras para ser honestas con las demás. Y me gusta pensar que la deconstrucción nos da la oportunidad de volver a crear realidades amorosas y amistosas, llenas de empatía y responsabilidad afectiva, pero lo cierto es que nadie te cuenta que en algún punto en el que ya no quieres replicar lo de siempre, te sientes perdida, no encuentras límites y hasta te preguntas si es que debería haberlos… y ¿saben qué?

Es bonito…

y está bien…

Nos enfrentamos a un vacío enorme, pero lo bueno de los vacíos es que podemos llenarlos con lo que deseemos. Re-entender al amor como un sentimiento que no asfixia, sino que permite y ayuda a crecer. Entender que las personas no son propiedad privada y que aunque nos duela, ellas son libres de hacer lo que deseen. Entender también que esa libertad, trae consigo responsabilidades y por ende, saber que debemos ejercer la responsabilidad afectiva en la vida cotidiana. Aprender por ejemplo, que el amor es más comprensión y admiración que devoción. Aprender a construirnos a nosotras mismas para entender nuestros límites, sabiéndose cuidar a una y por ende cuidando a la otra persona. Construir relaciones más horizontales, construir desde el amor y no desde el poder.

Soy fiel creyente de que la realidad puede ser modificada a través de nuestras redes y de la forma en la que construimos y vivimos nuestras relaciones y, pensándolo bien, el hecho de tener una obra negra entre las manos, nos abre millones de oportunidades para recrearnos como personas, como pareja y como sociedad. Sin olvidar que las oportunidades, también generan responsabilidades.

Y el futuro -¿presente?- es eso, derribar para luego construir sobre estas ruinas vestigiales que se hacen llamar “amor romántico”.

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Tere Santana

Un día empecé a escribir y me di cuenta que era el mejor método para desmarañar mi cerebro. De ahí nunca paré.